martes, 31 de marzo de 2009




Atapuerca es una isla en el océano del tiempo. Mires hacia donde mires, ves millones de años.

La roca caliza de la Sierra de Atapuerca se formó hace unos 90 millones de años en el fondo del mar durante la Era Secundaria o Mesozoico (la de los grandes reptiles), concretamente en el Periodo Cretácico.

En la siguiente era, el Cenozoico, se levantó la montaña por plegamiento de las calizas marinas. La comarca dejó entonces de ser un mar somero y se convirtió para siempre en tierra firme. Esto ocurrió hace unos 25 millones de años, aunque millones de años más tarde, ya emergida, la sierra sufriera nuevos impulsos hacia arriba que la levantaron un poco más. El Cenozoico, en el que aún nos encontramos, ha visto el gran despliegue de los mamíferos sobre la Tierra, incluido el Hombre, y el declive de los grandes reptiles, aunque todavía queden cocodrilos y aves, estas últimas descendientes directas de los dinosaurios del Mesozoico.

El pliegue que forma la sierra es un anticlinal, como se dice en Geología, de dirección nornoroeste-sursudeste en la parte de las cuevas con yacimientos. No está vertical, es decir, de pie, sino acostado hacia el nordeste, o sea, hacia los pueblos de Agés y Atapuerca.

El techo de la Sierra de Atapuerca, la Rasa como la llaman en la zona, es plano y no forma una crestería. La ausencia de picos se debe a la erosión, que arrasó la parte superior de la montaña y la niveló.

Si miramos más lejos, hacia el horizonte, vemos otras cosas que también tienen millones de años. Para empezar, la interminable llanura castellana, que es el resultado de la acumulación durante de millones de años de los sedimentos finos procedentes de las montañas que rodean la cuenca del Duero. La cercana Sierra de la Demanda, situada al este, en dirección a Logroño, es uno de sus bordes. El más alto de sus picos, el de San Millán, con 2.132 m, domina el paisaje desde la lejanía.

Durante la sedimentación no existía el río Duero, porque la meseta estaba entonces cerrada, como una gigantesca cubeta, y no tenía salida al océano. En su lugar había amplias superficies encharcadas y lagos someros donde también se formaban calizas, pero éstas continentales, de tierra adentro, no marinas como las de la sierra. En la zona de Atapuerca estas calizas, llamadas de los páramos, tienen unos diez millones de años, pero en otros lugares cercanos las hay más modernas, en posiciones más altas, con unos cinco millones de años (todas las cifras que se dan aquí están redondeadas para que sean más fáciles de recordar).

El Hombre llegó a Europa en el Pleistoceno, que es un tiempo geológico del que se hablará mucho en este libro porque los yacimientos más famosos de la sierra son pleistocenos. Empezó hace 1.800.000 años y terminó hace un 13.000 años. El último periodo, en el que vivimos ahora, se conoce como Holoceno.

En el Pleistoceno se produjeron grandes avances del hielo en el Hemisferio Norte, o glaciaciones, sobre todo en el último millón de años, en el que se registraron diez grandes enfriamientos. No sabemos todavía cómo afectaron a la Península Hispánica, que tiene una latitud más bien baja, pero desde luego la última glaciación se dejó notar en los ecosistemas y en la vida humana. En la sierra de la Demanda quedan intactos los moldes, las cajas de piedra vacías, de los glaciares que ocupaban los recuencos de sus cumbres al final del Pleistoceno. No eran grandes ríos de hielo, como las largas lenguas que se ven en los Alpes o en otras gigantescas cadenas montañosas, sino glaciares de circo, semejantes a los últimos que quedan en los Pirineos. De todos modos son testigos de que el frío también llegó hasta las inmediaciones de Atapuerca.

Entre cada dos glaciaciones hay una fase menos fría, o interglacial. El Holoceno es la última; también hay yacimientos importantes en la Sierra de Atapuerca de esta etapa cálida final, en la que la agricultura y la ganadería llegaron a occidente.

Más o menos coincidiendo con el comienzo del Pleistoceno empezó a correr el Duero hacia el Atlántico, una vez que pudo abrirse camino, y al hacerlo fue excavando los valles por donde circula hoy el río y sus afluentes.

Tales valles tajan los sedimentos blandos que se fueron acumulando en el periodo anterior, el de cuenca cerrada, y que terminaban en las planas calizas de los páramos.

Todo eso, el resultado de la acción del tiempo, puede ser contemplado desde la sierra de Atapuerca. Esta pequeña montaña de techo raso está rodeada de tres ríos: el Arlanzón, que nace en la ya mencionada sierra de la Demanda y pasa por Ibeas, y sus afluentes el Pico y el Vena; este último discurre por Atapuerca, en la vertiente norte de la sierra del mismo nombre.

Aún cabe observar más cosas, más jirones de tiempo, si se estudia con atención el suelo. Porque en ocasiones es la dura caliza marina, otras veces es una tierra blancuzca y blanda, llamada marga, de origen lacustre, y en muchos lugares de las faldas de Atapuerca, sobre todo las que miran a Ibeas de Juarros, ponemos los pies sobre unos canturrales idénticos a la glera actual del río Arlanzón. Y es que se trata de los antiguos depósitos, colgados, del mismo río, que se fue encajando con el tiempo. Estas gravas dejadas por el agua cuando corría más alta que ahora se llaman terrazas y en ellas se encuentran instrumentos de piedra de las diferentes épocas de la Prehistoria local, es decir, desde que los primeros humanos llegaron.

En la propia sierra la lluvia fue disolviendo la caliza y labrando galerías en su interior, que cada vez estaban más bajas conforme el río al que iban a parar las aguas excavaba su cauce y se hundía en la tierra. Esta red de cuevas, que formaban un karst, se abrían a lo que hoy son el gran valle del Arlanzón y la vaguada del Pico, su afluente por la derecha. En cuanto las grutas dejaron de estar inundadas permanentemente por el agua, sus salidas al exterior, o, dicho de otro modo, sus entradas desde la superficie, fueron ocupadas por los carnívoros y por los hombres. Así fue como se formaron los famosos yacimientos arqueológicos y paleontológicos de la sierra de Atapuerca, que en realidad son rellenos sedimentarios de boca de cueva.

Todas las cavernas de la sierra de Atapuerca estaban conectadas, o sea, formaban parte de una misma red kárstica, aunque no estén comunicadas en la actualidad. Pero se pueden estudiar desde la superficie, con métodos de prospección geofísica, y averiguar por dónde van las galerías y cómo se cruzan.

Dado que el nivel del agua que formó las galerías fue descendiendo con el tiempo, tenemos una superposición de tres pisos en el sistema kárstico de Atapuerca.

El piso más alto es el de la Cueva Mayor, la principal de las entradas de la red. En su boca hay un yacimiento conocido con el nombre de Portalón. Como el acceso no se ha cegado y se puede entrar, hay en él testimonios de ocupaciones humanas recientes, holocenas, del Neolítico, Calcolítico o Eneolítico, Edad del Bronce, de la Protohistoria e incluso de épocas históricas, capas todas ellas superpuestas a las más antiguas del Mesolítico y del Paleolítico, en los niveles más profundos. Del Portalón sale una galería llamada del Sílex, que contiene importantes grabados y pinturas neolíticas y de la Edad del Bronce. En el extremo más al sur y más al este de la Sierra de Atapuerca, la Cueva del Mirador registra ocupaciones humanas contemporáneas de las de la Cueva Mayor.

Hacia 1.900 se construyó un ferrocarril minero con la intención de transportar carbón y hierro desde la no muy lejana población de Monterrubio de la Demanda (en la sierra de tal nombre) a la estación de Villafría en Burgos. En un punto de su recorrido describe una amplia curva, un semicírculo, que se adentra en la sierra de Atapuerca y corta las calizas marinas.

Por este motivo, fortuitamente, quedaron al descubierto una serie de galerías de cueva que habían pasado desapercibidas, porque sus bocas estaban colmatadas y cubiertas de vegetación. Entres estas cavidades se encuentran tres yacimientos importantes que pertenecen al sector conocido como de la Trinchera del Ferrocarril: la Sima del Elefante, la Galería (que se continúa con la Cueva de los Zarpazos) y la Gran Dolina. Por su cota pertenecen al piso intermedio del complejo de cavidades de la sierra de Atapuerca. Todas ellas fueron entradas utilizadas por los humanos en un lejano día pero que se rellenaron por completo hace muchísimo tiempo, más de 100.000 años, y ya no pudieron ser ocupadas más.

Finalmente, hay un nivel más bajo al que pertenecen la misteriosa Sima de los Huesos, en las profundidades de la Cueva Mayor, y la Cueva del Silo, que está conectada con la anterior.

La sierra de Atapuerca es famosa en todo el mundo, y bien merece serlo, por sus fósiles humanos, que proceden sobre todo de los yacimientos de la Gran Dolina y de la Sima de los Huesos.

Los carnívoros que usaron las cuevas de Atapuerca dejaron sus propios restos allí, cuando les llegó su hora, y también los de sus presas, los animales comedores de plantas: los herbívoros. Los humanos hicieron lo mismo, abandonando además las piedras que confeccionaron y los restos de la talla. Hay sin embargo un caso en Atapuerca, el de la Sima de los Huesos, que se sale de esta regla, que es la común en los yacimientos kársticos europeos; no hay en la Sima herbívoros y tan solo se ha encontrado un instrumento de piedra, porque aquel no era un lugar en el que los humanos o los carnívoros hicieran su cubil o su campamento. A lo largo de las páginas de este libro conoceremos muy bien todos esos yacimientos subterráneos de la sierra de Atapuerca, y al hacerlo recorreremos más de un millón de años.

Pero antes de entrar en ese mundo merece la pena que echemos un vistazo, aunque sea rápido, a los seres que pueblan hoy la sierra, aparte de los humanos. Será más fácil, de ese modo, imaginar los antiguos paisajes y a sus moradores.

En la roca de la sierra y sus alrededores, el relieve, la geografía, crea diferentes biotopos. En cada uno de ellos se da una vegetación diferente y los animales cambian más o menos. En otras palabras, al andar por los caminos de Atapuerca nos vamos encontrando con diferentes comunidades de seres vivos, o ecosistemas si les añadimos el medio físico. No están totalmente aislados unos de otras, pero son pequeños mundos hasta cierto punto independientes. El territorio es la superficie sobre la que se desarrolla la vida, la piel de la tierra, y cuanto más se pliega esa cubierta más espacios se abren para la diversidad. En el pasado prehistórico también existían muchos biotopos y los cazadores y recolectores encontrarían en esa variedad de paisajes abundantes presas que cazar y muchas plantas que comer.

Un biotopo, naturalmente, es el río, o mejor los ríos que bordean la sierra. Pero el Arlanzón es el principal y el Pico y el Vena le rinden sus aguas. Tiene el Arlanzón buen caudal en Ibeas de Juarros y en sus avenidas, cuando se desborda, deposita abundantes cantos. Sobre ellos crecen las plantas del soto y los árboles de la ribera, que forman un bosque de galería. Hay juncos, carrizos, espadañas, sauces, álamos, fresnos y olmos. Conviven cangrejos, truchas y nutrias en sus aguas, que sobrevuela el martín pescador. En el pueblo de Atapuerca se está recuperando un importante humedal, con lo que se añade un nuevo biotopo a la lista.

Sabemos por los fósiles de los yacimientos de las grutas de Atapuerca que en el pasado, hasta hace bien poco, hubo castores; se han encontrado sus restos entre materiales de la Edad del Bronce en el Portalón de la Cueva Mayor. Pero hace cientos de miles de años también había hipopótamos, aunque parezca increíble.

Sobre los cantos rodados de las antiguas avenidas del Arlanzón, hoy bastante por encima de su cauce, crecían los bosques de robles melojos o rebollos. Todavía se conservan buenas manchas a un lado y otro de la carretera de Burgos a Logroño. Más arriba del pueblo de Ibeas de Juarros, camino de los yacimientos, hay una dehesa llamada los Corrales, con ejemplares muy añados y corpulentos.

Las margas que van desde los robles hasta la caliza de la sierra están cultivadas, como también una gran parte de las terrazas fluviales, desde época muy antigua, desde que llegaron los primeros agricultores neolíticos. En las cebadas y trigos se ven y se escuchan codornices y perdices, y a ras de las mieses se deslizan silenciosos y cautos los aguiluchos, mientras hacen quiebros las liebres. En otro tiempo pastaron las dehesas y praderas los mamuts, los rinocerontes, los caballos, los uros, los bisontes y diferentes tipos de ciervos. Sus enemigos eran los osos, los lobos, sus parientes los cuones, los linces, los tigres de dientes de sable y los jaguares, a los que sustituyeron en su día los leones y leopardos; y por supuesto, también temerían, y mucho, a los grupos de merodeadores humanos de las diferentes especies (cuatro al menos) que ha conocido la sierra de Atapuerca desde que llegaron los primeros pobladores hasta hoy.

La sierra de Atapuerca está cubierta de encinas y de quejigos en las umbrías de las vaguadas; el matorral más visible es la aulaga, que se cuaja de flores amarillas en primavera. Es el reino del corzo, del jabalí, del zorro, la garduña y el gato montés. Ya no se ven cabras en el roquedo, pero las hubo.

Todo este maravilloso patrimonio natural, histórico y científico no alcanzó nombradía hasta el año 1976, cuando Trinidad Torres, un estudioso de los osos fósiles, y los miembros del Grupo de Espeleología Edelweiss que colaboraban con él, encontraron una mandíbula y otros restos humanos fósiles en la Sima de los Huesos. Torres puso el material en manos del profesor Emiliano Aguirre, su director de tesis, quien organizó un proyecto científico que desde 1991 dirigen sus discípulos Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro.

lunes, 9 de marzo de 2009

Humanos y chimpancés activan la misma zona cerebral cuando se comunican


La región del cerebro encargada de la comunicación, tanto hablada como de signos, es la misma en los humanos y en los chimpancés, lo que refuerza la teoría, comprobada genéticamente, de que ambos proceden de un ancestro común.
Así lo indica el estudio de un equipo de científicos publicado hoy en la revista digital Current Biology.
"El comportamiento comunicativo del chimpancé comparte muchas características con el lenguaje humano", afirma Jared Taglialatela un miembro del equipo científico que llevó a cabo el estudio.
La investigación "sugiere que las bases neurológicas del lenguaje humano ya estaban presentes en el ancestro común del hombre y del chimpancé", afirmó el investigador.
El equipo de científicos identificó el Área de Broca, parte de la región cerebral conocida como el Giro Frontal Inferior, en el hemisferio izquierdo, como uno de los sistemas neuronales que se activan cuando el ser humano planea decir algo y cuando habla o gesticula.
"Antes no sabíamos si otros primates, y particularmente nuestro más cercano pariente (vivo), el chimpancé, poseía una región cerebral comparable, relacionada con la producción de sus propias señales de comunicación", afirmó Taglialatela.
Para el estudio, los investigadores sometieron a un escáner cerebral a tres chimpancés mientras gesticulaban y llamaban vocalmente a una persona pidiéndole que les acercara la comida.
Estos chimpancés mostraron una activación del Área de Broca y otras regiones involucradas en la comunicación humana.

sábado, 28 de febrero de 2009

Captan a nivel atómico capa protectora de virus


Un equipo de científicos de la Rice University (EU) ha captado en imágenes el lugar exacto que ocupan los cinco millones de átomos que conforman una cápsida vírica, estructura proteica que rodea y encierra el material genético del virus.

Tras más de 3 años de investigación, los expertos publican hoy en la revista "Proceedings of the National Academy of Science" una imagen tridimensional real de la estructura de esa capa protectora del virus, construida a partir de cientos de imágenes de rayos X.

La cápsida protege y aisla del exterior el material genético del virus, pero no sólo acompaña a ese material antes de que el virus invada una célula para multiplicarse, sino que entra en ella y nunca llega a desintegrarse del todo.

Y es que una vez que invaden la célula, los virus necesitan "acordonar" su "carga explosiva genética", un mecanismo protector que tiene como objetivo la destrucción del invasor.

Para reproducirse, los virus entran en la célula y secuestran su maquinaria bioquímica para ponerla al servicio de la replicación vírica.

Aunque se conocen más de 5,000 clases de virus, la mayoría de ellos posee una cápsida helicoidal o esférica.

Para obtener la imagen de una cápsida, los científicos utilizaron la difracción de rayos X de alta energía sobre el virus Penicillium stoloniferum F.

Esta variedad, cuya cápsida es esférica, infecta al hongo del que se consigue la penicilina y, aunque no afecta al ser humano, es muy similar al rotavirus, que causa el resfriado.

Antes de radiar la cápsida, los científicos tuvieron que crear una forma cristalina del virus que resistiera la radiación.

A partir de aquí, y tras la recopilación de cientos de imágenes, los científicos localizaron el lugar exacto de los 5 millones de átomos de esta cápsida y consiguieron una fotografía de tres dimensiones de esa estructura proteica.

"Los virus esféricos, como éste, tienen simetría como un balón de futbol o una cúpula geodésica. La cápsida contiene exactamente 120 copias de una única proteína", explica uno de los autores de la investigación, Junhua Pan.

El bloque de construcción básico de la esfera consiste en una disposición de cuatro piezas llamada tetrámero que se entrelaza para crear la estructura.

Gracias a las imágenes, los científicos han descubierto la disposición y el bloque de construcción básico de la cápsida vírica lo que, esperan, les permitirá saber más acerca de su proceso de formación.

"Como muchos virus utilizan este tipo de cápsida, conocer cómo se forma podría contribuir al desarrollo de nuevas terapias antivirales", apunta la investigadora Jane Tao.

Asimismo, esa información podría ayudar a aquellos científicos que tratan de crear virus de diseño que transporten genes terapéuticos hasta el interior de las células humanas.

jueves, 5 de febrero de 2009

buenoo...pues he tardado pero ya tenemos la mascota de nuestro blog!...es un barquito que representa el medio ambiente. El corazón es por el respeto que le debemos y está hecho con papel reciclado del laboratorio. En la foto principal sale recortado por eso lo subo en otra entrada.

miércoles, 28 de enero de 2009

EJERCICIOS DEL 1º VÍDEO: ORIGEN DE LA VIDA

1º Describe como se supone que era el escenario en el que surgió la vida.
Probablemente era una masa incandescente que se fué enfriando poco a poco, tenía una gran cantidad de energía que se manifestaba de diversas formas, enormes masas de roca incandescente ocupaban grandes territorios, el calor interno hacía que la temperatura de la superficie fuera mucho mayor que la de la actualidad, esto sumado a la temperatura del sol, la luz ultravioleta, los rayos y la radioactividad.
La atmósfera primitiva tenía gran cantidad de Hidrógeno (que al ser tan ligero escapaba al campo gravitatorio y se fué perdiendo gradualmente) tambien había metano, amomíaco y agua. Todo esto sometido a grandes descargas eléctricas dieron lugar a la vida en nuestro planeta.

En los océanos primitivos se construirían unos compuestos orgánicos sencillos que constituirían un medio ideal para el desarrollo de la vida.

2. ¿Qué conclusiones se pudo sacar del experimento que realizó Miller en el laboratorio para investigar el origen de la vida?

Que a partir de materia inorgánica se podía producir materia orgánica si se aplicaba una cierta energía. Esta materia inorgánica procedía de los gases expulsados por los volcanes y la energía era aportada por la atmósfera, pues sabemos que en la atmósfera primitiva ocurrían fuertes descargas eléctricas.

3. ¿Cómo era la nutrición de las primeras células?

Se alimentaban de las sustancias que había en los caldos de los océanos primitivos, luego aparecieron los primeros organismos fotosintéticos, los vegetales, que realizaban la fotosíntesis, ya que las primeras células acabaron con los restos de materia orgánica que había. Por lo que debían fabricar su propia materia orgánica a partir de materia inorgánica.

4. ¿Qué consecuencias tuvo la aparición de la fotosíntesis?

La fotosíntesis creó oxígeno, oxidó las rocas de la superficie del planeta, después se acumuló en la atmósfera hasta que formé la capa de ozono, gracias a la cual, la vida evolucionó